¿Eres de los que estás a la espera de que algún genio alumbre una idea brillante que ponga solución – por si sola – al cambio climático, restituyendo la concentración de gases invernadero en la atmósfera a sus niveles pre revolución industrial? Pues sigue soñando. Estoy convencido de que si algún día encontramos la forma de ganar esa guerra (u “operación especial” si me lees desde Rusia) los frentes de batalla serán múltiples y diversos. Con esa idea en mente me pasé ayer un buen rato viendo en Youtube un magnífico reportaje de Deutsche Welle titulado “Geoingeniería contra el cambio climático” publicado ya hace un par de años.
Buena parte de las ideas manejadas en el vídeo son viejas conocidas: factorías energizadas por geotermia que capturan el CO2 del aire y lo transforman en roca, bombardeo de partículas de azufre en la estratosfera, recuperación ambiental de espacios naturales, reforestación en masa, etc. Sin embargo hubo una cosa que me sorprendió: hacer de los océanos un aliado. La verdad es que descartaba algo así inicialmente por desconocimiento, creí que los niveles de acidificación del agua (cuyos efectos perniciosos en los caparazones de los bivalvos son bien conocidos) ya eran lo suficientemente altos como para estresar más a nuestros mares. Pero resulta que el enfoque que presentaba el biólogo marino Ulf Riebesell (Geomar, Centro Helmholtz para la investigación oceánica de Kiel) se basaba en otra cosa, imitar artificialmente a la famosa corriente de Humbolt. Esta correa de transmisión de nutrientes desde las aguas profundas y frías hacia la superficie (por cierto descubierta por un científico español del siglo XVI), tiene lugar en la costa del Pacífico oriental (razón por la que a veces también se la llama «corriente peruana»). Su acción da lugar al ecosistema marino más rico del planeta, como bien saben los pescadores de medio mundo.
Y es que el mar siempre puede sorprenderle a uno, a pesar de lo mal que la especie humana lo ha tratado en los últimos tres siglos. En uno de mis últimos artículos para Yahoo, hablaba de como las cacas de los peces podrían ayudarnos a combatir el cambio climático. Cada vez que pensamos en grandes migraciones animales tendemos a acordamos de los ñus cruzando Masai Mara, o de las mariposas monarca atravesando Norteamérica, sin embargo la mayor y más desconocida de estas se da cada noche verticalmente en los océanos cuando millones de peces de las profundidades se desplazan a las aguas superficiales a alimentarse, hecho por cierto que está íntimamente relacionado con la idea de Ulf Riebesell.
Pero vamos ya con su propuesta. La idea de base de este biólogo germano es como digo «copiar» a la corriente de Humboldt, si bien a pequeña escala claro está. Básicamente propone crear plataformas flotantes equipadas con algún generador de energía renovable (solar, eólico, undimotriz) que las haga operativas. La plataforma (véase la imagen que abre este post) consistiría en una especie de manguera que se sumergiría en las profundidades del océano al menos un centenar de metros. Su finalidad sería la de bombear agua desde esas zonas frías y ricas en nutrientes hacia la superficie con la ayuda de un ventilador eléctrico submarino. Esto por si solo ya ayuda a enfriar el aire a medida que las aguas profundas alcanzan la superficie pero hay más: los nutrientes aportados por las aguas frías permitirían la proliferación del fitoplancton, un conjunto de organismos fotosintéticos que contribuyen a fijar el CO2 del aire. Su mera presencia beneficiaría a los peces que los depredan, arrastrando a otros que a su vez se alimentan de estos peces, recreando así una cadena trófica completa de forma eficiente y sencilla. Todas esas criaturas, al morir, respirar o defecar, dejarán caer hacia las profundidades grandes cantidades de carbono, contribuyendo a lo que se conoce como “nieve marina”, una amalgama de detritus, polvo inorgánico, lodo y arena que baña de forma perpetua el lecho marino.
Lo sé, esconder todo ese CO2 «debajo de la alfombra» oceánica solo es un apaño para ir tirando, y para que el efecto fuera perceptible necesitaríamos decenas de miles de estructuras como esta repartidas por el océano, pero la idea podría darnos un tiempo extra valiosísimo hasta que aprendamos a vivir en armonía con nuestro planeta azul. Y el tiempo es un lujo del que no podemos prescindir. Es eso o extinguirnos en el proceso…
Tres años sin actualizar el blog, pillín… 😉
Me alegro de verte y todo eso.
Pues si, mea culpa! El trabajo en Yahoo! me dejaba sin tiempo ni energías. Mi intención después de un trimestre «sabático» ahora es escribir al menos un post semanal por aquí para no perder la costumbre.