Explican el secreto de la avispa esmeralda para convertir a las cucarachas en zombies

Por , el 8 julio, 2014. Categoría(s): Bichos ✎ 3

Durante décadas, los científicos han tratado de entender la compleja y macabra relación entre la avispa esmeralda parasitaria Ampulex compressa y su víctima mucho más grande, la cucaracha doméstica común Periplaneta americana.

A primera vista, esta relación parásito-presa se parece mucho a cualquier otra: la avispa hembra pica a la cucaracha, pone un huevo en su abdomen, y una vez eclosiona, la hambrienta larva se alimenta de la cucaracha. Sin embargo, aunque la mayoría de los insectos parásitos tienden simplemente a paralizar a sus víctimas con una picadura venenosa, en cambio la avispa esmeralda manipula el comportamiento de la cucaracha transformándola, en esencia, en una esclava zombi.

Tras dos picaduras, la cucaracha conserva físicamente la capacidad de caminar, pero queda totalmente despojada de la facultad de iniciar el movimiento por su propia voluntad. La avispa, ahora cansada después de haber administrado dos aguijonazos, recupera su energía cortando los extremos de las antenas de la cucaracha, y bebiendo su sangre. Una vez revitalizada, prende a la cucaracha por lo que queda de sus antenas y esta, al igual que un niño obediente al que su madre lleva de la mano al colegio en su primer día de clase, acata sumisa las órdenes de la avispa y la sigue hasta su nido.

Mientras tanto, la avispa introduce un huevo en la cucaracha, que eclosiona a los tres o cuatro días. La larva encastrada de avispa mastica un camino hacia el interior del abdomen de la cucaracha, donde procede a comerse los órganos internos en un orden preciso. Esto asegura que la víctima dócil se mantega con vida durante los siguientes cuatro días, hasta que la larva finalmente forma un capullo en su interior.

Con el tiempo, la avispa completamente desarrollada emerge del cuerpo del anfitrión y continúa el ciclo vicioso. A pesar de todo, la cucaracha estupefacta, no muestra ningún deseo de forcejear, huir o luchar, incluso cuando está siendo devorada viva desde el interior, pese ser físicamente capaz de moverse.

¿Cómo controlar a una cucaracha?

Esta relación avispa-cucaracha se documentó por primera vez en la década de 1940, pero hasta hace bien poco los científicos no fueron capaces de entender cómo hace exactamente la avispa para manipular el comportamiento de la cucaracha de una forma tan precisa.

La primera picadura, administrada en una masa de tejido nervioso situada en el tórax de la cucaracha, contiene grandes cantidades de ácido gamma amino butírico (GABA), y otros productos químicos complementarios llamados taurina y beta-alanina. El GABA es un neurotransmisor que bloquea la transmisión de señales entre los nervios motores, y, en unión a las otras dos sustancias químicas, paraliza temporalmente las patas delanteras de la cucaracha. Esto evita que la cucaracha escape mientras la avispa inflige la segunda picadura, más tóxica, directamente en el cerebro de la cucaracha.

Es esta segunda picadura la que convierte a la cucaracha en un zombi, y contiene lo que Frederic Libersat y sus colegas de la Universidad Ben Gurion llaman un «cóctel neurotóxico«. El veneno del segundo aguijonazo bloquea los receptores de otro neurotransmisor llamado octopamina, que está implicado en la iniciación de movimientos espontáneos y complejos tales como caminar.

Libersat ha demostrado que las cucarachas no aguijoneadas por avispas, a las que se les inyecta un compuesto similar a la octopamina, muestran un cambio conductual que las incita a caminar más. En cambio, aquellas a las que se les inyecta una sustancia química que bloquea la octopamina, muestran una reducción en la marcha espontánea, al igual que sucede con las víctimas de la picadura de la avispa esmeralda. Así mismo, Libertat fue capaz de «resucitar» a algunas cucarachas Zombie, liberándolas de su estupor y permitiéndoles caminar por su propia voluntad tras ser inyectadas con una sustancia química que reactiva los receptores de octopamina.

Hay una sutil distinción entre ser capaz de caminar y ser capaz de iniciar un movimiento de este tipo. Las cucarachas picadas en este caso se ven privadas de esto último, a pesar de que sus habilidades para caminar parecen intactas, lo cual por otro lado queda demostrado por el hecho de que estas pobres criaturas sean perfectamente capaces de caminar hacia el nido del parásito, si bien sólo cuando son dirigidas por la propia avispa.

Libersat y sus colegas investigaron este interesante fenómeno colocando cucarachas zombies en situaciones potencialmente peligrosas, para de este modo poner a prueba sus reflejos de escape. Los científicos descubrieron que las cucarachas picadas por las avispas esmeralda mostraron muy pronto estar privadas de cualquier voluntad de escapar a un lugar seguro, incluso cuando se las electrocutaba o se las arrojaba al agua para que se ahogaran. Sin embargo, sus habilidades motoras, medidas por las contracciones de los músculos cuando se las sometía a estos peligros, eran las mismas que las cucarachas «libres» (o no aguijoneadas), lo cual sugiere que el veneno afecta específicamente a la decisión y no a la capacidad de caminar.

A pesar de lo inquietante que esta manipulación conductual puede parecer, uno no puede dejar de apreciar el ingenio de este pequeño parásito, capaz de incapacitar a una víctima mucho más grande que ella. Si la avispa simplemente fuera capaz de paralizar a la cucaracha, probablemente no sería capaz de llevarla de vuelta a su guarida, y si simplemente tratara de matarla perdería su fuente de alimentos frescos. Por tanto, ha evolucionado para desarrollar un arma más compleja y precisa capaz de superar estos dos obstáculos: un veneno que sólo se centra en los circuitos neuronales específicos que garantizan que su víctima pueda caminar obedientemente hacia su tumba, y que al mismo tiempo le permite seguir con vida mientras es devorada.

Y sin la voluntad de escapar, estas pobres cucarachas ayudan a que surja otra generación de aterradoras avispas esmeralda.

A veces la naturaleza simplemente da miedo.

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Este artículo es una traducción. Podéis consultar el original (en inglés) publicado por Sana Suri en Iflscience.com.



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