Confirmado, los cuentos con moraleja no funcionan

Por , el 17 junio, 2014. Categoría(s): Educación/Opinión ✎ 5

Es bien conocido la devoción casi religiosa que los estadounidenses sienten por la figura de George Washington. Al igual que sucede con Jesús, los norteamericanos cuentan historias de su infancia que rozan la santidad, y entre las más conocidas (por su moraleja, que incide en la importancia de decir siempre la verdad) está la famosa historia de George Washington cuando era un niño de seis años, y lo que le hizo al valioso retoño de cerezo que su padre idolatraba (podéis leerlo aquí). Os recomiendo leerla si no la conocéis, solo os tomará un minuto y os ayudará a entender este post.

¿A qué viene empezar hablando de cuentos? Bien, resulta que en medio mundo, nos empeñamos en enseñarles buenos valores a nuestros hijos, como la moralidad o la honradez, a través de historias ficticias que toman principalmente la forma de un cuento infantil aleccionador (pensad en «Pedro y el Lobo» por ejemplo ). Pero según un nuevo estudio en psicología realizado por científicos canadienses, resulta que no, que los niños no son tan simples como pensábamos. ¡A ver si va a ser este el problema que hace que nuestros políticos se manejen tan mal con el término honradez una vez adultos!

Ahora en serio, tras este trabajo experimental se encuentra un equipo de investigadores de tres universidades canadienses (Toronto, McGill y Brock) empeñados en averiguar si esa idea tan reconfortante para los padres, que sostiene que los cuentos infantiles tienen efectos «formativos» en quienes los escuchan es real, o simplemente un mito. ¿Ayudan de algún modo las mentiras de Pedro el pastor y sus pésimas consecuencias para las ovejas, a que los niños se formen una idea de lo que es correcto, o más bien se tomarán los críos estas historias como un simple pasatiempo? Seguid leyendo, seguro que os sorprenden las conclusiones.

El experimento es realmente curioso y un poco largo de explicar, pero voy a intentarlo. Decir primero que la muestra fue de 268 niños, con edades comprendidas entre los tres y los siete años.

Para comenzar se hacía sentar al niño en el extremo de una mesa, pero de espaldas al investigador, que se sentaba al otro extremo. En un momento dado, el investigador sacaba un juguete, lo ponía sobre la mesa y apretaba un botón que hacía un ruido distintivo (por ejemplo un patito haría «cuack», un coche imitaría a un claxon, etc). Tras eso le pedía al niño que adivinara de qué juguete se trataba sin darse la vuelta.

Cuando el niño respondía, el investigador le decía al niño que se había olvidado un libro que quería leerle, y que se iba a ausentar un momentito para buscarlo. Antes de irse, le pedía por favor al niño que no se diera la vuelta para comprobar si había acertado la naturaleza del juguete durante su ausencia. Es importante decir que este investigador no podía ver si el niño se giraba o no para ver, mientras estaba fuera. No obstante, un segundo investigador que no se comunicaba con el primero, grababa en vídeo todo el proceso.

Al regresar el primer experimentador tras un minuto, tapaba con un pañuelo el juguete y le pedía al niño que se diera la vuelta. En ese momento le decía al niño que le iba a contar un cuento, y que tras él le haría una pregunta. En cada ocasión, se asignaba un cuento a cada niño que podía ser el de control (la fábula: «La liebre y la tortuga» ya que se considera que no tiene moraleja aleccionadora) o una de estas tres historias bien conocidas por su supuesto fin moralizante: «Pinocho«, «Pedro y el Lobo» o la antes citada historia de «George Washington y el pequeño cerezo«.

Tras acabar el cuento el investigador le preguntaba al niño de turno si había mirado el juguete cuando él se había ido, pero la pregunta tenía un matiz diferente dependiendo del cuento que acababan de leer.

En el caso de «La tortuga y la liebre» (la historia de control), simplemente le preguntaba al niño:

«Te voy a hacer una pregunta y quiero que me digas la verdad. ¿De acuerdo?»

Una vez el niño asentía llegaba la pregunta: «¿Te giraste para ver el juguete cuando me fui de la habitación?»

A los niños a los que se les leyó «Pinocho» o «Pedro y el lobro» se les preguntaba de este modo:

«Te voy a hacer una pregunta y no quiero que seas como Pinocho/Pedro, quiero que me digas la verdad. ¿De acuerdo? »

Pausa para que el niño asintiera y de nuevo la pregunta: «¿Te giraste para ver el juguete cuando me fui de la habitación?»

A los niños a los que se les leyó la historia del infante George Washington se les decía primero:

«Te voy a hacer una pregunta y quiero que seas como George Washington en la historia, quiero que me digas la verdad. ¿De acuerdo?»

Tras lo cual de nuevo, la pregunta clave: «¿Te giraste para ver el juguete cuando me fui de la habitación?»

Cuando el experimento acabó, los investigadores analizaron las imágenes de vídeo y las cruzaron con las respuestas de los niños. Pronto asomó un patrón, a menor edad tenían los niños mayor probabilidad de que se volteasen. Es natural, a los tres años la naturaleza curiosa de los críos es irrefrenable, de modo que el 88% de los niños de esta edad se dio la vuelta para observar el juguete. Los niños que tenían siete años se comportaron mejor, aún así el 68% desobedecieron y se dieron la vuelta para echarle una miradita al juguete.

Pero lo más curioso vino cuando se analizó el índice de honradez de los niños, dependiendo de la historia que se les hubiera leído. Aproximadamente solo un tercio de los niños que se voltearon, de entre a los que se les había leído «La tortuga y la liebre», «Pinocho» o «Pedro y el lobo», reconocieron honestamente haber mirado el juguete.

Y aquí viene lo bueno. El índice de honradez entre aquellos niños que habían escuchado la historia de George Washington antes de la famosa pregunta, reconociendo haberse volteado para ver el juguete, ascendió a prácticamente la mitad. ¿Cómo es posible?

Los investigadores creen que la respuesta está en la propia historia del jovencito Washington, ya que a pesar de haber actuado mal cortando el cerezo fue incapaz de mentir, hecho por el que su padre le recompensó dando más importancia a la honradez de su hijo que a haber perdido su querido retoño de cerezo. En los otros casos, Pedro o Pinocho no obtienen nada bueno tras haber mentido, más bien todo lo contrario… las ovejas mueren y el pueblo reprueba al mentiroso pastor, o la nariz de madera crece y crece señalando la falta de virtud del muñeco de madera. Resumiendo, en ambas historias la única recompensa es una moraleja «sin sustancia».

Visto lo cual, parece que todos los padres (incluídos los de Bárcenas, Fabra, o los de los responsables del fraude de los ERE en Andalucía) hemos estado haciendo el canelo a la hora de elegir las historias que les contábamos a nuestros niños a pie de cama. ¿Sabéis qué? Yo por si acaso esta misma noche les cuento a los míos la historia de Washingtoncito y el cerezo.

Moraleja: A la mierda con las moralejas…

Si queréis consultar el trabajo, lo encontraréis publicado con el título “Can Classic Moral Stories Promote Honesty in Children?” en la edición online del 13 de junio de 2014 de la revista Psychological Science.

Me enteré leyendo Scilogs.com.



5 Comentarios

  1. No se qué tiene de sorprendente. Desde hace mucho se sabe que el refuerzo positivo da mejores resultados que el negativo. Es decir, si al niño (o inclusive a un perro) se le premia por lo que está bien, querrá hacer más cosas bien que si solo se le castiga (o en este caso se le muestra las consecuencias negativas) cuando hace algo mal. El perro quiere su hueso, y el niño quiere el juguete. Su temprana edad le impide pensar que le están jugando una trampa y piensa que va a ser premiado por decir la verdad.

  2. Es muy interesante el estudio y te agradezco por compartirlo.
    Pero el título de tu post y las conclusiones que pareces exponer varias veces no son las correctas. Desde el principio (y hasta en la frase final) das a entender que los cuentos aleccionadores o las moralejas no sirven para nada, cuando lo que demuestra el estudio es sólo que las moralejas son más efectivas cuando toman la forma «virtud => recompensa» que cuando son del tipo «falta de virtud => castigo».

  3. Pues yo creo que no que el estudio esta pensado para encumbrar aun mas la historia de george.

    Osea que a unos niños le dicen quiero que seas como pinocho y se extrañan de que mientan ?¿?¿? pero es que apra ser como pinocho tienen que mentir y para ser como george tienen que decir la verdad es que no tiene sentido.

    DIstinto e squ ele diejras al niño dime la verdad o te pondre la nariz como la de pinocho veras tu si mienten o no, dios contado tal y como lo cuentas es un estudio chapuza conducido y orientado sin validez cientifica.

    Moraleja: A la mierda el estudio este.

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