Numeromanía, números, mística y superstición

Por , el 23 marzo, 2010. Categoría(s): Libros ✎ 12

Numeromanía es un libro publicado en enero de 2009 por la editorial Debate y cuyo autor es Lamberto García del Cid, licenciado en ciencias económicas. Ha escrito también otra obra titulada La sonrisa de Pitágoras, pero esto no viene a cuento ahora porque ambos libros no tienen nada que ver uno con otro. Afortunadamente.

El subtítulo que acompaña a Numeromanía, Números, mística y superstición, describe con una perfección aséptica el argumento del libro. Efectivamente, una página tras otra, desde la 17 hasta la 162 van desfilando, en orden creciente, los números desde el 0 hasta el 311.040.000.000.000, cada uno de ellos comentado de forma particular, con significados místicos en diferentes tradiciones, religiones y culturas sin par. Menciones especiales merecen, al final del primer y extensísimo capítulo, los números 450! (factorial de 450), 296, la potencia 99-ésima de 9 (el número más alto que puede escribirse con tres cifras) y la potencia 1010-ésima de 10 (el número más grande que puede escribirse con tres unos y tres ceros).

Es precisamente este orden numérico riguroso el que, en mi opinión, hace que resulte un tanto pesada, tediosa, la lectura. Tampoco contribuye al ritmo y armonía el hecho de que el autor describa, en muchas ocasiones, las peculiaridades de cada número de una manera un tanto fría (¿quizá la única forma posible cuando uno habla de números?), desgranando uno por uno los distintos significados del número en cuestión, ya sea en la religión, el esoterismo, en la literatura, la mitología, la física o las matemáticas, por supuesto.

Así y todo, de cuando en cuando, el autor nos rompe el tedio que impregna las casi 200 páginas del libro con alguna que otra curiosidad que, en mi opinión, constituye la única razón para no abandonar la lectura antes de tiempo (quizá haya una segunda razón y es mi compromiso adquirido de escribir esta reseña). El sentido del humor tampoco parece ser una de las características de la obra y aparece en muy contadas ocasiones, y es una auténtica lástima ya que considero que el tema tratado podría prestarse enormemente a la sorna, la risa burlona, la socarronería o el sarcasmo. Y digo esto porque no me negarán muchos de los lectores de estos párrafos que no es para tomarse con ironía cosas como que los japoneses, por ejemplo, no tienen plazas de aparcamiento ni en Tokio ni en Osaka con los números 4, 9, 14, 19, 24, considerados ominosos, o que no existe el número 4 en los asientos de los aviones de la compañía Japan Airlines, o que en muchos hoteles no haya habitaciones con los números 304 y 309. ¿No se le hubiera ocurrido a nadie hacer sangre sexual con el 69, para variar?

Otra anécdota estupenda que nos relata el autor es la que aconteció el 21 de septiembre de 1997, cuando el acorazado Yorktown sufrió una tremenda avería y quedó completamente inutilizado durante tres días y fueron necesarios dos días enteros para solucionar el problema. La razón: un error en el código del ordenador de a bordo que implicaba una división por cero. Militares en apuros bien merecían unas buenas carcajadas, ¿no?

El cura italiano, Guido Grandi, se sirvió de las series infinitas para demostrar que Dios había creado el universo (simbolizado en el número 1) partiendo de la nada (simbolizada en el número 0). Los curas son peligrosos, pero los curas con conocimientos matemáticos son capaces de cualquier cosa. En la misma línea de pensamiento desbocado se encuentra a Norman Bloom, quien creía firmemente en la segunda encarnación de Cristo y llegó a enunciar una demostración de la existencia de Dios basada en los tamaños aparentes del Sol y la Luna vistos desde la Tierra, convenientemente aderezados con el factorial del número 6. Con una arma tan poderosa, no alcanzo a comprender cómo es que los matemáticos aún no han dominado el mundo.

En el libro abundan, asimismo, las supersticiones numéricas. Me gustó especialmente la del célebre Nikola Tesla, el pobrecillo obsesionado con los números divisibles por 3. Cuando comía se hacía servir con 18 servilletas, cuando paseaba siempre daba 3 vueltas a la manzana y en los hoteles siempre elegía una habitación cuyo número fuese divisible por 3. Tanto genio acumulado en un solo cerebro y andarse con estas tonterías no me parece ni medio normal. La de Dante Alighieri, autor de La Divina Comedia, merece también mucho la pena citarla. Escribía con una pluma que sustituía por otra cada vez que tenía tres tachones. Pensaba que el 4 era un número aciago.

Numeromanía está salpicado, de vez en cuando, con llamativas y, a veces, sorprendentes propiedades matemáticas de muchos números. Entre ellas, la de que el número 153 es igual a la suma de los cubos de cada uno de sus dígitos, o la constante de Kaprekar, realmente impresionante. Increíble el número 65.359.477.124.183, que si se multiplica sucesivamente por 17 y sus múltiplos hasta el 153, se obtienen los números 1.111.111.111.111, 2.222.222.222.222, 3.333.333.333.333, y así, sucesivamente hasta llegar al 9.999.999.999.999.

El capítulo 2 y último es mucho mas breve que el primero y está dedicado a la gematría, que es una forma de numeromanía consistente en dar valor numérico a las letras de un alfabeto y luego buscar conexiones entre palabras o conjuntos de letras que arrojen el mismo valor. El libro finaliza con algunas curiosidades matemáticas, como la proporción áurea o los cuadrados mágicos.

En resumen, un libro apto únicamente para numerófilos empedernidos, aprendices de lo esotérico, buscadores de anécdotas estrafalarias, matemáticos ociosos y algún que otro aficionado al cristianismo más matemático. Todo el que no se considere incluido en alguna de las categorías anteriores tendrá más que suficiente con lo que aquí he contado yo, aunque también puede optar por contar hasta nueve mil millones de cuatrillones antes de comprarse el libro. Quien avisa no es traidor…

Nota: Esta crítica es obra de Sergio L. Palacios, también conocido en Twitter como @ondasolitaria, al que agradezco públicamente haberse prestado a esta colaboración.



12 Comentarios

  1. Es que a Miguel no le salen los exponentes ni los super-índices. El 1010 que aparece en el texto es en realidad 10 elevado a 10. Así pues, el número al que hago referencia en el texto es 10 elevado a 10 elevado a 10. Un número horriblemente grande…

  2. Increíble el número 65.359.477.124.183, que si se multiplica sucesivamente por 17 y sus múltiplos hasta el 153, se obtienen los números 1.111.111.111.111, 2.222.222.222.222, 3.333.333.333.333, y así, sucesivamente hasta llegar al 9.999.999.999.999.

    Esto tiene trampa. La primera multiplicación (65.359.477.124.183 x 17 = 1.111.111.111.111) puede tener su gracia. Pero que al multiplicar el primero por los múltiplos del segundo den las ristras de doses y de treses no es extraño, es de cajón. Vamos, que A x 34 es lo mismo que A x 17 x 2, y A x 51 es lo mismo que A x 17 x 3, así que es normal que los unos se conviertan en doses al multiplicarlos por dos, o en treses al multiplicarlos por tres.

    La anécdota debería haberse zanjado mencionando la ristra de unos. Las ristras de doses, treses, etcétera son un poco tontería.

    1. Quizá no me haya expresado con claridad, pero muchos de los comentarios que hace el autor del libro sobre supuestas propiedades increíbles o mágicas de algunos números se hacen con doble intención, justamente para desmitificar. Evidentemente, tienes razón en que la propiedad que cumple el número 65.359.477.124.183 y los múltiplos sucesivos de 17 es trivial. Se podría haber buscado una propiedad semejante para cualquier número sin más que dividirlo por una ristra arbitrariamente larga de «unos» y así habríamos obtenido la cifra (junto con sus múltiplos) por la cual multiplicar ese número buscado. La moraleja que se puede extraer (y creo que esta es la verdadera intención del autor del libro) es que uno puede encontrar infinidad de propiedades «mágicas» o sorprendentes para cualquier número, si se lo propone. Hay más ejemplos de esto en el libro, pero evidentemente no podía hacer alusión a todas en la reseña.

  3. En efecto, hay abismos a los que es mejor no asomarse.
    No obstante, cabría aclarar, que no es correcto decir que dar valores numéricos a las letras de un alfabeto es un sistema (¿podrían darse estos valores al chino, por ejemplo?). Si un alfabeto encierra números, no es porque se les hayan adjudicado; sino porque simplemente no había números (el romano, el hebreo, &c)… y eran las mismas letras las que ejercían esa función.
    En cuanto al enunciado incluyendo el término «mística», suena pelín exagerado. Es muy común, por ejemplo, encontrar devotos orientalistas que a un «estado catatónico» lo llaman «mística». Hoy día se le llama «mística» a tantas cosas, ¿verdad? Un tabernero puede decir: «mi mistica es jamón, jamón y jamón»… y todos alcanzan el éxtasis (se supone que por la repetición; no por el acto de canibalismo).

  4. Para que 10^10^10 sea el número mas grande escrito con tres unos y tres ceros, hay que definir la base en la que se numera.
    En binario. 10 ^10^10= 16-en-base-decimal,
    mientras que 111000 =56-en-base-decimal
    De otro lado 9^9^9 si es el mayor número que se puede escribir con tres cifras, aunque para saber de qué número hablamos, también habría que dar la base.
    Como aclaración
    2+2=2×2=2^2= 4, en base >4
    2+2=2×2=2^2= 10 en base =4 y
    2+2=2×2=2^2= 11 en base 3
    ¡Salud!

  5. Un post muy interesante (como todos, hay que decir). Respecto al nº 4 en la cultura japonesa, y el porqué de no ponerlo en ciertos lugares (puede que lo expliquen en el libro, no lo sé), es debido a que el ideograma de 4 se puede leer como «shi» que también es la lectura del ideograma de «muerte», de ahí que no me extrañe que ningún enfermo quiera ser operado en el quirofano con el nº 4 o ingresado en la habitación 4 ( en qué habitación estás ingresado: en la muerte…. )

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Por maikelnai, publicado el 23 marzo, 2010
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