El increible clan de los Alvarez y su papel en la historia de la ciencia

Por , el 3 febrero, 2009. Categoría(s): Educación/Opinión ✎ 20

Luis F. Álvarez nació en Salas, Asturias, en 1853 en el seno de una familia acomodada, pero esto no le eximió de sufrir la desgracia de quedarse huérfano muy temprano. Su madre murió cuando Luis solo tenía 3 años, y su padre, que trabajaba en la corte en Madrid, murió cuando él tenía siete. Esto por supuesto le cambió la vida. Uno de sus hermanos “indianos” (así llamamos en Asturias a los compatriotas que se fueron a hacer las indias) vino a hacerse cargo de él y se lo llevó a Cuba, donde aprendió a hablar inglés correctamente. Este hecho, en apariencia sencillo, vendría a cambiar la historia de la ciencia poco más de un siglo más tarde.

Pero sigamos con Luis, desde la Habana dio el salto a Estados Unidos, estudió medicina en lo que hoy es la Universidad de Stanford y ejerció su profesión en San Francisco y Hawai, lugar este último donde comenzó a trabajar para el gobierno. Tras eso fundó una leprosería experimental y comenzó a trabajar en bacteriología, campo en el que destacó desarrollando métodos curativos que aún siguen usándose en la actualidad. Uno de sus hijos, Walter, también se hizo médico.

Walter Clement Alvarez, el hijo de Luis antes mencionado, y que nació mientras su padre ejercía como doctor en San Francisco, se doctoró en la misma universidad que su progenitor, y trabajó como investigador en la vecina Universidad de California en Berkeley. Fue profesor en la Fundación Mayo de la Universidad de Minnesota y escribió varias docenas de libros de medicina. Pero su fama “popular” llegó gracias a una columna sobre medicina que aparecía en prensa, y a la que se sindicaron múltiples medios por todo el país. Era muy común verlo intervenir en programas de radio y televisión, un poco al estilo de lo que le ocurrió al Doctor Ocaña en nuestro país. Su fama le llevó a ser considerado “el médico de familia de América”.

Walter tuvo cuatro hijos, entre los que destacó de forma preeminente Luis Walter Alvarez (en la foto superior). Este nuevo miembro del clan de los Alvarez, que tomó el nombre de sus dos predecesores, superaría los logros conseguidos por su padre y abuelo. Luis W. cursó la carrera de física, y destacó igualmente por sus inventos y patentes (más de 40) en dicho sector. Ligado casi de por vida a la Universidad de California en Berkely, la prestigiosa revista científica American Journal of Physics dijo de él que era «uno de los físicos experimentales más brillantes y productivos del siglo XX». En vida publicó más de 168 trabajos en revistas científicas. Fue miembro de todas las academias y sociedades científicas importantes de los Estados Unidos, llegando incluso a presidir en 1969 la Sociedad de Medicina de América. Fue condecorado por el Presidente Truman y en 1963 el presidente Lyndon B. Johnson le concedió la Medalla Nacional de Ciencia, el más alto honor estatal que se concede a un científico en aquel país. Por si eso fuera poco, en 1968 la Real Academia Sueca de las Ciencias le concedió el Premio Nobel de Física.

Falleció en 1988 pero antes, y en compañía de otro maravilloso científico del clan de los Álvarez, su hijo Walter Alvarez (uno de los geólogos más reconocidos del planeta) dejó otro trabajo para la posteridad que se imparte en las escuelas de todo el mundo. Cuando Luis W. Alvarez tenía edad de vivir tranquilamente como miembro de los consejos científicos más reconocidos de los Estados Unidos, ayudó a su hijo Walter a desvelar la “calamidad que literalmente hizo temblar el suelo con uno de los descubrimientos más grandes en la historia de la Tierra”.

Walter Alvarez realizaba por aquel entonces (década de 1970) investigación geológica en el interior de Italia. En concreto estudiaba un cañón cuyas capas de caliza incluían estratos tanto por encima como por debajo del período llamado límite KT (Cretácico-Terciario), correspondiente a hace unos 65 millones de años, justo el período en que desparecieron los dinosaurios. Walter extrajo una franja de roca que contenía fragmentos de aquellos estratos de arcilla, de 1 centímetro de espesor y se los enseñó a su padre.

Dándole vueltas al misterio de la relación entre aquella roca y la desaparición de los dinosaurios, los Álvarez (aprovechando su amplia red de contactos en los laboratorios más avanzados del país) llegaron a la clave del asunto, el iridio.

Los elementos del grupo del platino, incluido el iridio, son extraños en el sistema solar, pero mucho más abundantes que en la Tierra. De hecho hay muy poco iridio en la corteza de la Tierra, pero los micrometeoritos que impactan contra la atmósfera dejan caer sobre nuestro planeta un fino polvo de iridio a un ritmo regular. Alvarez se dio cuenta que en aquellos sustratos de la roca italiana, el porcentaje era mucho mayor que el ratio normal, y de aquello dedujo que en aquella época un gran impacto meteorítico tuvo que sacudir el planeta Tierra.

El resto es historia, el revolucionario trabajo se publicó en 1980, y Luis Álvarez no vivió lo suficiente para ver, 8 años después, el descubrimiento en México del cráter Chicxulub. Ese es el lugar en el que se cree impactó el famoso meteorito destructor, y la prueba que hizo de su suposición la teoría más extendida y aceptada a día de hoy para explicar el fin del reinado de los saurios.

Y todo comenzó en Salas 127 años antes, con el nacimiento de un niño asturiano también llamado Luis Alvarez, que se vio abocado e emigrar – como tantos otros paisanos – y cuya historia familiar posterior sirve perfectamente para ilustrar eso que han dado en llamar, efecto mariposa.



20 Comentarios

  1. Por cierto, en Cantabria también se usa la palabra «indiano» con la misma acepción que das.

    De hecho, hay un pueblo en Cantabria, Arredondo, que fue poblado por un gran número de indianos que volvieron de donde estuvieron. Por ello, a la entrada del pueblo hay un cartel que reza: «Arredondo, la capital del mundo».

    Muy interesante, por cierto… siempre da gusto saber que de España también salen hombres de ciencia… ya podría haber más bichejos descubiertos por españoles, que es un rollo tener que aprender tanto nombre raro

  2. Como hijo de indiano (el término también se usa en Canarias), me enorgullezco de la familia Alvarez, por sus aportaciones a la Ciencia. Y ¡quien sabe si alguno de los inmigrantes que ahora llegan en patera o cayuco a nuestras costas pueda dar origen a un clan por el estilo!. Tal vez en el siglo XXII o en el XXIII se hable del Clan de los Foffana, o cualquier otro apellido africano 😉

  3. Genial historia. Si se demostrara que la inteligencia y las capacidades cientificas son hereditarias… No debería hacerse algo con los mas eminentes cientificos de la actualidad? Estamos perdiendo futuros hawkins? Debería el gobierno reservar una partida de dinero para que estos cientificos pudieran entregarse al fornicio?
    La respuesta para mi es un SI rotundo, no se como lo vereis.

  4. Aparte de la genética, de la historia también se desprende que el ambiente tuvo mucho que ver, el prestigio alcanzado por el patriarca conectó a los descendientes en la red más productiva científicamente del siglo XX, las universidades de EEUU.
    Muy interesante.

  5. Maikel, lei esta historia en un extraordinario libro de divulgación científica llamada «A Short History of Nearly Everything», de Bill Bryson, aunque creo que en libro sólo se centra en el último de la saga. Gracias por recordármela. Te recomiendo el libro porque, aunque en la versión castellana hay errores de traduccción (ay, los billions anglosajones…). Cuenta todo como una historia, sin llegar a entrar en detalles técnicos.

    Un saludo.

  6. Las ideologías hacen que no aparezcan los genios. Demasiada creencia en la Iglesia Católica que como se las agarró con Galileo entonces lógicamente España tenía que agarrárselas con las ciencias!. Aún teneis mucha inercia de ir contra las ciencia.

    Firmado: un sudaca que os critica.

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Por maikelnai, publicado el 3 febrero, 2009
Categoría(s): Educación/Opinión