Impresiones sobre «El castillo de las estrellas»

Por , el 12 agosto, 2007. Categoría(s): Libros ✎ 2

Hace unos meses y tras un contacto previo de la Editorial Roca (gracias Víctor), recibí una voluminosa novela (casi 400 páginas) con un título sugerente «El castillo de las estrellas» y a cambio me ofrecí a hablar de ella en este blog. Pese a que no era la primera obra de su autor (Enrique Joven) reconozco que no había oído hablar sobre él. Lo que despertó mi curiosidad, y mis ganas de leer este libro era la formación de su autor: doctorado en Física, autor y guionista de la serie de divulgación científica «Un programa Estelar» y sobre todo su trabajo actual: ingeniero sénior en el Instituto de Astrofísica de Canarias.

Por desgracia no pude leerme el libro todo lo rápido que yo deseaba, la culpa la tuvo un mocoso recién nacido que tiene la desagradable constumbre de llorar como un descosido durante esas altas horas de la noche que antes de su llegada yo dedicaba a leer. Pero las vacaciones han solucionado ese problema y ya puedo hacer una crítica de lo que me ha parecido esta novela de ficción, más o menos de misterio.

Yo, que me considero una persona de ciencias que nunca ha dado la espalda definitivamente a las actividades artísticas (hasta perpetré atentados poéticos en la adolescencia), comprendo mejor que nadie la extrema dificultad que los científicos y hombres de método sienten al enfrentarse a un proceso creativo de ficción. Parafraseando a Sabina, a menudo se sienten «extraños como un Belga por soleares», asunto del que en su día hablé con uno de mis dioses intelectuales, el británico Paul Davies, quien en efecto me confirmó durante esta entrevista que es muy extraño encontrar a un buen científico que escriba buena divulgación (algo que a todas luces él y Sagan conseguían). Simplemente sentía curiosidad por ver como un físico se enfrentaba a la creación literaria; la fidelidad divulgativa de la obra la daba por hecha.

Bueno, lo cierto es que Enrique Jóven (Zaragoza 1964) no trata de explicarnos con su Castillo el modo en que se forman los planetas a partir de un disco de acreción, ni busca con su obra hacer inteligible la teoría de cuerdas a un alumno de ESO, sino que simplemente intenta llenar nuestros momentos de ocio con cultura – principalmente historia de la astronomía – y hacernos pasar un rato agradable divagando sobre el significado y sentido de uno de los libros más extraños jamás escritos: el Manuscrito Voynich.

Se podía decir que la intención de esta novela es lograr, con cierto momento histórico capital en el desarrollo de la astronomía, lo que Jostein Gaarder hizo con la filosofía en su celebérrimo bestseller «El mundo de Sofía«.

Ciertamente esta segunda novela de E.J. (la primera fue «El libro horrible») no va a suponer una revolución estética rupturista. No marcará tendencia ni creará un nuevo género literario-ilustrado en el que sus autores se caractericen por recrear la fantasía alienante con la maestría de la pluma de Kafka, mientras instruyen e introducen al al lector en el conocimiento empírico con la docta erudicción y el fino humor de Stephen Hawking. Tampoco se podrá destacar el árduo proceso de creación y descripción de los personajes de la novela (un profesor de secundaria español y jesuita que actúa como narrador, una misteriosa, millonaria y maciza mexicana, y un astrofísico británico loquito por la segunda) miembros todos de una lista de aficionados a los misterios que intentan traducir o desmentir el contenido del citado manuscrito. Tampoco se podrá decir que esta novela tenga la intención de trascender a su época (le auguro un mal envejecer a medida que los modismos, referencias políticas, alusiones a la cultura pop y cyber-guiños pierdan vigor) ni que se convierta en un segundo Código da Vinci (obra con la que la comparación resulta inevitable), pero lo cierto es que me ha hecho pasar un rato muy agradable mientras que al mismo tiempo (al contrario que la novela de Dan Brown, destinada a deformar cuestiones de por si metafísicas) me ha servido para refrescar y aprender un buen montón de cosas relacionadas con la astronomía y sus vacas sagradas, especialmente Kepler y Tycho Brahe. Hay pues que agradecerle al autor la no inclusión de episodios «para-anormales», violentos o de artificio, ¡bien por el físico!

Seguramente Enrique no haya pretendido jamás alcanzar ninguno de los objetivos que humorísticamente he mencionado en el párrafor anterior (lo cual supongo que sería tanto como pedirle a Gabriel García Marquez su opinión sobre el pasado debate sobre la identidad planetaria de Plutón) pero lo cierto es que el libro me ha alegrado las vacaciones. Las contínuas referencias a Google, Wikipedia, Messenger, e-mails, etc. advierten que el autor es un avezado cibernauta, (¡gran blog!) y un geek de cuidado. También se aprecia que el proceso de documentación ha tenido que ser sumamente lento y laborioso ya que Enrique Joven nos inunda literalmente con detalles que sus personajes extraen de diversos medios a parte de la mencionada red de redes. Cualquier momento es bueno para enseñarle algo al lector. De eso se encarga Simón, el alumno empollón y Watson particular del jesuita protagonista Héctor, los constantes correos electrónicos que intercambia con sus dos socios John y Juana, las impresionantes guías turísticas ¿dónde se compran? que los protagonistas adquieren en cada nuevo destino, las consultas a la biblioteca del colegio en el que Héctor da clases, las charlas con personajes secundarios, etc., nada aleja al autor ni un ápice de su finalidad: la divulgación. Todo ello sirve para entretejer el impresionante telón de fondo real, plagado de hechos curiosos e interesantes, sobre el que se desenvuelve la búsqueda, cada vez más enrevesada, de la interpretación y significado del Manuscrito Voynich.

Sin embargo no todo ha sido de mi agrado. Me da la impresión de que la uniformidad en el ritmo narrativo no se termina de alcanzar plenamente durante la obra. En algunos momentos el autor se vuelca tanto en la faceta divulgadora (abrumadora en ocasiones) que se pierde un poco la trama del misterio y uno se siente un poco aturdido. Así mismo, tengo que recalcar que los personajes son más bien planos y poco creibles. Se les esboza ligeramente, no tienen vida interior, todos parecen ser clones en su forma de expresarse y se recurre demasiado a los tópicos en su descripción. Héctor, el cura (que salvo una leve chispa de devoción en el episodio de la visita al Vaticano tiene tanto de religioso como Cicciolina de filósofa) es adicto al café, la Mexicana solo pide ensaladas que no se acaba, el inglés es – por supuesto – un gran aficionado al chocolate ¿Cadbury?

Enrique por favor, ¿por qué son todos tan listos? 🙂 para hacerlos creíbles me falta un personaje tonto, torpe y a ser posible feo (Van der Gil, el malo maloso creacionista, me sabe a poco). El triunvirato protagonista es capaz de resolver sin despeinarse enigmas y jeroglíficos que amargarían a Indiana Jones. Todos, incluído el niño (¡estadounidense!, tal vez un guiño destinado a abrirle las puertas al libro en Hollywood) demuestran una seguridad en si mismos, un IQ y un sexto sentido que ríete tu del doctor House (a quien por cierto se menciona en el libro). 😉

En fin, que a pesar de que pueda parecer que me excedo en la crítica, lo cierto es que he leído el libro (casi siempre) con agrado. Reconozco que lo que más me interesaba era ver como acababa esa batalla psicopatológica que el lado Jekyll del autor (es decir el científico) libraba contra su Hide artístico. ¿El resultado?, el primero ha terminado por merendarse limpiamente al segundo, y a pesar de que la novela no seduce del todo, se deja leer más que agradablemente. ¿Mereció la pena? ¡sin duda! pero en mi pequeña biblioteca ocupará un sitio en la vitrina de divulgación, «El viaje a la luna» de Verne queda dos baldas más abajo.



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Por maikelnai, publicado el 12 agosto, 2007
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