¿Sobrevivirían estas gambas en Europa?

Por , el 10 diciembre, 2014. Categoría(s): Bichos

No recuerdo si la fascinación que siento por Europa nació al mismo tiempo que leía la novela «2010: Odisea dos», del mítico a Arthur C. Clarke, o si venía de antes, pero lo cierto es que la pasión por este cuerpo celeste es algo muy común entre los aficionados a la astrobiología. Europa, por si no lo sabéis, nombra además de a nuestro continente a una fascinante luna helada de Júpiter de un tamaño muy similar al de nuestro satélite. Perpetuamente cubierta con una gruesa corteza de hielo, los científicos creen inferir bajo ella la presencia de un océano líquido extraterrestre subsuperficial tan extenso, que contendría más agua que toda la existente en la Tierra.

Pese a estar tan lejos del sol, la luna se ve sometida a unas enormes fuerzas gravitatorias, que oscilan en función a la distancia que la separa del cercano gigante gaseoso, ya que su órbita es ligeramente excéntrica. Estas fuerzas gravitatorias oscilantes hacen que Europa se abombe y se encoja a medida que se acerca o se aleja de Júpiter, tal y como le sucedería a una pelota de tenis si la apretásemos y liberásemos continuamente con una mano. Estas fuerzas mecánicas provocadas por la poderosa gravedad joviana acaban transformándose en calor, y eso es lo que permite la existencia de agua líquida en aquel recóndito lugar. Además, pudiera ser que el fondo rocoso que yace bajo los océanos de Europa mostrase alguna actividad geotermal, lo cual contribuiría a calentar las aguas colindantes. Y ya se sabe que donde hay calor y agua líquida la vida tiene una oportunidad para surgir…

¿Pero cómo podría ser la vida en un lugar que la luz del sol jamás ha tocado? Bien, ese es el trabajo de los astrobiólogos: imaginar y buscar análogos en la Tierra que nos den alguna pista. Y por eso mismo os voy a hablar de lo que los astrobiólogos del JPL de la NASA acaban de averiguar sobre una pequeña gamba muy especial de la especie Rimicaris hybisae amante de los abientes extremos.

En las profundidades del mar Caribe existe un lugar plagado de ventilas hidrotermales, que son una especie de chimeneas por las que la incandescente corteza terrestre arroja al océano chorros de agua caliente cargados de compuestos químicos. Allí, en campos submarinos que alcanzan profundidades de hasta 4.900 metros (como el llamado Campo Piccard) existen colonias enormes de estos camarones alimentándose de lo poco (o mucho) que les ofrece el entorno extremo.

Las temperaturas en las proximidades de las ventilas pueden alcanzar unos abrasadores 400ºC, pero a unos escasos centímetros de las bocas de emisión, estas gambas ciegas aunque dotadas de receptores térmicos, pueden encontrar un ambiente plácido en el que prosperar. ¿Y de qué se alimentan las gambas? La respuesta es: de bacterias. Ya, ya… perfecto, pero y a su vez, de qué viven esas bacterias. Bien, el secreto está en un compuesto químico llamado ácido sulfhídrico (H2S), presente en las aguas hidrotermales.

Las bacterias usan este compuesto (que en altas concentraciones resulta tóxico para las gambas) para obtener su energía vital mediante ciertas reacciones químicas, en un proceso conocido como quimiosíntesis. Sin la presencia de este químico las bacterias no sobrevivirían, por lo que les están vetadas las aguas oxigenadas «normales» del océano.

Como parece que mucho H2S mata a las gambas, y mucho oxígeno mata a las bacterias, hubo que «firmar un pacto» para crear un ecosistema saludable. Para conseguirlo, las gambas portan a las bacterias en su boca y branquias (que han evolucionado especialmente para este menester), y se posicionan justo en la zona intermedia entre el agua océanica oxigenada y fresca, y las aguas termales ricas en ácido sulfhídrico. De este modo ambos organismos pueden coexistir en armonía dando un increíble ejemplo de simbiosis.

Todo esto lo sabemos, como os anticipaba, gracias a un estudio dirigido por investigadores de la NASA entre los que se encuentran Max Coleman y Emma Versteegh del JPL. Su objetivo es calcular la biomasa que puede generarse a partir de la energía química que aportan las aguas hidrotermales submarinas. Si consiguen descubrir la ecuación, podrán usarla para elucubrar – en base a sólidos datos científicos – la clase y cantidad de vida que los fondos de Europa podrían albergar.

La pregunta obviamente es: ¿se parecerá la hipotética vida de Europa a este peculiar ecosistema submarino terrestre? Bien, como acertadamente apunta Coleman: «durante dos tercios de la historia de la vida en la Tierra, esta adoptó únicamente formas microscópicas». Así pues, si tuviera que apostar no me la jugaría con las gambas. Las mejores oportunidades las tendrían sin duda las bacterias.

Os dejo con un vídeo del JPL en el que podréis ver a estos crustáceos en su hábitat.

Me enteré leyendo la web del JPL.



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