Un viaje a Cudillero en el Mazda 3

Por , el 14 febrero, 2011. Categoría(s): Personal ✎ 17

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Un día depués de recoger mi Mazda 3, quedo con mi amigo Jaime para darnos una vuelta hasta el concejo de Cudillero, con justa fama de ser una delicia para la vista. El día es espléndido, quedamos en el Parking de El Corte Inglés y hacemos el trasvase de equipo. Jaime se trae su cámara, cachivaches mil y un trípode adaptado a su altura. El chaval es un bigarro de 190 centímetros (curiosamente medimos lo mismo).

El coche va como la seda. Le cuento a Jaime lo flipado que estoy con la llave que funciona simplemente llevándola encima. Apetece pisarle un poquito para ver en acción los 150 caballos y estrenarme con una sexta marcha. Lo siento, soy un antiguo, hasta ahora todos mis coches se acababan en la quinta. A buena velocidad (no me preguntéis cual), el coche se agarra en las curvas con mucha seguridad. Al parecer la dirección asistida electrohidráulica es sensible a la velocidad, cuanto más rápido vas más aumenta la sensación de precisión.

La autovía del Cantábrico sigue en obras, ni se sabe los años que lleva en construcción. Seguramente la accidentada orografía asturiana no ayuda mucho. Antes de que nos queramos dar cuenta vemos señalizada la primera salida para Cudillero. Abandonamos la autopista y hacemos la primera parada en la puerta principal de la Fundación Selgas Fagalde. Inspirado en las villas italianas del siglo XVII, este palacete está plagado de obras de arte. Tan espectaculares como estas son los jardines que rodean el edificio. Lástima que este cerrado, me habría encantado meter el coche y hacerle unas foticos en los jardines italianos. (Nos tenemos que conformar con la primera foto que abre el post).

De verdad que aconsejo parar a visitar esta finca, llamada por los lugareños simplemente «la Quinta». Para llegar a ella, en sentido Asturias/Galicia desviaros en la primera salida de la autovía del cantábrico en la que se indique Cudillero. La villa se encuentra en el municipio de El Pito, a pocos kilómetros de la preciosa villa marinera que da nombre al concejo de Cudillero, con fama de ser el más bonito del litoral asturiano y uno de los más hermosos de todo el Cantábrico.

La villa de Cudillero es un pueblo marinero asentado en una de las pocas bajadas suaves existentes en la escarpada costa de la zona. La parroquia desciende desde una altura de 100 metros hacia el mar (me río yo de las cuestas de San Francisco) en muy pocos metros, por lo que las casas del pueblo parecen encaramerse unas encima de las otras como si estuvieran expuestas en un glorioso escaparate multicolor. Abajo, en la plaza principal, poblada de terrazas que tratan de seducir al los turistas, cada vez más frecuentes, saco el coche de la calle y lo subo a la mismísima plaza. Jaime se pone a trabajar.
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La gente debe alucinar con nosotros. Nos divertimos imaginando lo que pensarán. «¿Te imaginas que venga uno y te diga, ya ya, a mi también me hizo ilusión cambiar de coche, pero no me puse a hacerle fotos?» Risas. Clic, clic… no tenía ni idea de que para hacer una fotografía, hubiera que hacer tantas instantáneas cambiando parámetros en cada una.

Jaime se ensimisma con detalles que yo no aprecio. «Mira aquel reflejo del agua. ¿Has visto ese rojo en el cielo?» Zoom, Zoom. Yo bromeo con la experiencia: «esto es nuestro ‘On the road again’, tío. Solo que me has tocado tu en vez de la Gwyneth Patrol».

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Casi le tengo que sacar a rastras. Nos alejamos un poco para tomar alguna instantánea de perfil, de ese modo vemos Cudillero en todo su esplendor. ¡Qué suerte hemos tenido con el día! Casi 20 grados, el mar como un plato, Cudillero casi despoblado. El día conspira para que la cosa salga bien.

La siguente parada es el Cabo Vidio, pero no acabamos de subir de nuevo a la platea cuando pasamos junto a un mirador desde el que los acantilados nos dejan sin respiración. «Páralo, páralo, páralo». Momentazo Boris.
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Acerco el coche todo lo que puedo al rústico pasamanos de madera. «Déjale las luces puestas Maikel». Se ve que Jaime ha hecho sus deberes y se ha documentado sobre cómo fotografiar automóviles. En ese momento, llevado por la intensa hermosura del atardecer twitteo orgulloso vivir en Asturias es un privilegio. No tengo ni idea del tiempo que estamos allí arriba. Jaime dice que cuando llevas tiempo haciendo fotos dejas de hablar de la máquina (aunque él lleva toda la tarde hablando mal de la suya) y comienzas a hablar de luz.

«Hay quien flipa con las flores, con el mar, con fábricas y chimeneas. Yo flipo con los cielos. Tal vez ayude la altura, me quedan más cerca», me dice bromeando entre clics, zooms y vueltecitas a roscas.

Momento friki, se saca un mando a distancia para disparar sin tocar la cámara. «Hay que evitar que vibre» me explica.

«Venga tío, se nos va a hacer de noche y no hemos llegado a Cabo Vídio». Jaime recoge y se sube al coche maldiciendo una lumbalgia repentina. A ver si llegamos antes de anochezca. Le piso al Mazda, y en un santiamén pasamos el viaducto de la Concha de Artedo y prácticamente llegamos al faro. Pero no…
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Otro mirador, otro fantástico pedazo de costa acantilada recortándose contra un cielo nublado por el que se escapan rayos de luz rojizos tan visibles que parecen cincelados. El mar es un espejo inmovil. ¡Este no es mi Cantábrico! ¿Quién diría que de esa quietud pudieran salir galernas aterradoras?

Una señora pasea un pastor alemán cruzado con oso pardo y nos dice que no es buena idea fotografiar en contra del sol. Pero Jaime confía en su técnica, en un flash enorme y en unas pilas japonesas que se compró por internet por cuatro duros. Me habla de objetivos, de obturadores, yo que sé. ¡Frikadas de fotógrafo! Yo solo alucino con el paisaje.

Me imagino hablando con el coche sobre el paisaje. «Míralo bien Mazdita, no se de donde te han traído, probablemente de alguna nave monstruosa en una ciudad monstruosa, inmersa en un tráfico monstruoso y rodeada de paisajes de hormigón. Esto tus faros de bixenon no lo verán todos los días.» Definitivamente estoy muy mal.
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Aún tenemos el tiempo justo para llegar al faro del Cabo Vidio y hacer las últimas fotos espectaculares antes de que el sol se despida de nosotros. Allí nos esperaba el minúsculo y jugetón perro que protagonizó la fotoviñeta. Jaime no para de decir que ya sabe que es un plomo, que si yo debo estar hasta el gorro, que nadie quiere salir con él a hacer fotos porque pierde la noción del tiempo. Yo le llamo exagerado, pero lo cierto es que empieza a hacer frío. Llevamos casi tres horas juntos desde que arrancamos en Avilés, y el cuerpo me pide un poco de relax.

Jaime se conoce la zona y me lleva a Cai Milio, un lugar completamente restaurado pero que conserva la esencia de la tienda multipropósito de pueblo de toda la vida. Ya sabéis, esos sitios en los que vendían prensa, tabaco, latas de sardinas, servían cafés y se echaba la partida. Nosotros optamos por la cerveza, un verdadero placer para culminar una tarde ajetreada y diferente.

No se si será por la compañía (Jaime y yo nunca habíamos pasado tanto tiempo juntos), por el coche o por el tiempo anormalmente veraniego para ser febrero, pero me voy con la sensación de haber visto por primera vez estas accidentadas costas. De verdad que entiendo la impresión que les causa a mis amigos de tierra adentro cuando les llevo a ver Luarca, Puerto de Vega o Molín del Puerto. ¡Su belleza enamora!

Regresamos hablando de las fotos. «Creo que algunas van a quedar muy bien» me dice Jaime. Ya es noche cerrada y alucinamos con la potencia de la iluminación de los focos bixenon del Mazda 3. Cuando el próximo martes me devuelvan mi viejo Toyota me van a dar ganas de llorar.

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.



17 Comentarios

  1. Esos faros, que bien alumbran los jodíos, cuando subí luego a mi coche (del que siempre presumí que alumbra mucho y bien) me parecía que no había puesto las luces. Un lujo, el Mazda. Bueno, y la compañía también ;-).

    1. Hombre, es que es publicidad del coche. ¿O acaso crees que se lo han dejado por su cara bonita -lo siento, Maikel, la belleza no es tu mayor virtud-? Que yo sepa, en ningún momento se nos ha intentado ocultar que aquí la cosa va de publicitar cosas.

      A mí lo único que no me ha gustado es cómo se ha tratado en el texto el tema de la velocidad, algo que, por desgracia, se lleva muchas vidas por delante cada año cuando se sobrepasan ciertos límites. Se dice que «cuanto más rápido vas más aumenta la sensación de precisión». También aumenta la «sensación de control» cuando vas hasta arriba de coca. No hay nada más peligroso que no ser consciente del peligro. Por mucha sensación de precisión que te dé un coche, no te servirá de nada si en un cambio de rasante o a la salida de una curva te encuentras con un camión parado en mitad de la vía. A mí personalmente no me gusta nada conducir un coche que se pone a 150 y ni lo notas, quiero ser yo quien haga correr al coche, y no al revés.

      Por otra parte, me he quedado con ganas de visitar Cudillero. 🙂

    1. Venga, Maikel, no pongas esa cara de contrito. Era evidente que se trataba de publicidad, y quien no haya querido verlo, ¡allá él/ella! A ver cuando me lo prestas para dar yo una vuelta… a la Península Ibérica por ejemplo. Bueno, si te parece mucho, lo dejamos en un recorrido más corto: Barcelona-Cádiz vía Madrid 😉
      Por cierto, ¿quién pone la gasofa? ¿Mazda?

  2. Hola:
    La próxima vez que vengas por esta zona llámame hombre y quedamos.
    Vivo en Luarca, que es una villa que hay unos kms despues de Cudillero , así que ya sabes….
    Muy bueno tu blog

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Por maikelnai, publicado el 14 febrero, 2011
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